Imaginemos.


Nos reunimos en el gran estadio de la democracia, algunos espectadores, otros jugadores. Es el juego de la democracia. Como en un partido de futbol, esperamos el juego limpio, caballerosidad, honestidad, amistad.

El fin es común, el bien de México.

El arbitro, con todas sus fallas, lo vemos honesto y si bien podría equivocarse en algún momento del partido creemos que no alterará el resultado del partido. Después de todo, los participantes del juego lo eligieron.

Suponemos que es un partido entre selecciones de aficionados, los que participan ese día solo lo hacen cada seis años. Funcionarios de casilla, observadores, representantes de partidos, lo que indica el reglamento.

El juego empieza…y te toman por sorpresa…

Uno de los equipos llega con jugadores de futbol americano, con profesionales amañados de muchos años. La sorpresa no es que lleguen así, sino que pensamos que esto no sucedería nuevamente.

Sabemos lo que esta ocurriendo en el transcurso del juego. Se someten a las reglas pero no hay juego limpio.

Para ti, para mí, como para muchos es el futuro de México en juego. Para otros, tanto gasto en el juego refleja sus intenciones. Ser un botín a obtener.

El resultado del juego es obvio. Hay un ganador que no cometió faltas el día del partido.

Pero se acabó la fiesta. No hay festejos, no hay felicitaciones al contrario por el buen partido jugado.

Hay ganador pero salimos con una amarga sensación de que perdimos todos.

Es la sensación que regresara ese tipo de juegos sin fair play y no ganará el mejor intencionado sino aquel que más mañas tenga…

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