Les ones damunt l’or dels sembrats
El tsunami de del terremoto en Japon ha vuelto a poner sobre la mesa el problema que para muchas islas representan las aguas que las rodean. Muchas de las olas de este tsunami eran muchísimo más altas que los puntos más altos de muchos estados del Pacífico que, con tsunami o sin él, ven como cada año el mar que los rodea gana terreno y su territorio es cada vez más exiguo. Muchos habitantes de esos países se preguntan qué sucederá cuando por fin las aguas los engullan. ¿Los seguirán considerando estados? ¿Los borrarán de la lista? ¿Sus pasaportes serán papel mojado –no pun intended– y ellos se convertirán en apátridas? Antes del verano pasado, la agencia Ap se preguntaba: «¿Qué sucederá si los 61.000 habitantes de las Marshall se ven obligados a abandonar sus atolones? ¿Serán aún una nación? ¿Mantendrán su asiento en la ONU? ¿Tendrán el control de sus bancos de pesca y de los minerales que hay bajo sus aguas? ¿Dónde vivirán, y cómo se ganarán la vida? ¿En qué exactamente se convertirán ellos y sus hijos?». En situación semejante están Kiribati y Tuvalu, también en el Pacífico, y las Maldivas, en el Índico. No recuerdo cuál de esos países celebró hace cosa de año y medio un consejo de gobierno bajo el agua, con todos los ministros con bombonas de oxígeno y gafas de submarinista, para llamar la atención del mundo. Vimos las fotos, dijimos «qué cachondos» y nos olvidamos.
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